Integrante del grupo comando encargado del primer asalto a las islas, cuenta haber tenido en sus brazos al capitán Pedro Giachino, el primer argentino que murió en la contienda, y pide ahora que no seamos indiferentes con la causa de la recuperación.
Integrante del grupo comando encargado del primer asalto a las islas, cuenta haber tenido en sus brazos al capitán Pedro Giachino, el primer argentino que murió en la contienda, y pide ahora que no seamos indiferentes con la causa de la recuperación.
"La sangre de los que murieron se justifica sólo si la indiferencia es batida y si no cae sobre Malvinas el efecto Cartago (la capital del floreciente imperio cartaginés de la que los romanos borraron todo vestigio para la posteridad en la tercera guerra púnica, 150 años antes de Cristo). Sobre Malvinas se está hablando y se seguirá hablando por razones correctas y razones incorrectas. ¿Pero cómo no va a tener sentido la reivindicación histórica? Yo, militar, digo que sí: valió la pena".
Sentado de espaldas al ventanal que da a la planta de la fábrica de envases plásticos para bebidas en la que es gerente, en Martínez, norte del Gran Buenos Aires, el ex capitán de corbeta Alfredo Cufré revuelve su cuerpo sobre un sillón y sobre otro reacomoda su pierna izquierda extendida y enyesada hasta la rodilla por tercera vez, ésta por un motivo bastante más profano que las anteriores: hace unos días se cayó de la escalera cuando podaba una rama.
La pierna izquierda tiene aún esquirlas de las balas de un revólver 38 especial que, en agosto de 1977, le descerrajó "un subversivo" –dice – cuando vivía en Bahía Blanca, y que lo tuvieron más de tres años con yeso. Después de Malvinas se le refracturó la pierna, volvieron a enyesársela y le diagnosticaron amputación, pero después de cuatro años terminó recuperándola en Estados Unidos.
Asegura desconocer las razones del atentado, aunque desliza: "Supongo que así como las Fuerzas Armadas hacían inteligencia, también la harían los grupos subversivos. Quizá yo era para ellos un blanco interesante", cavila. Sobra el adverbio.
Séptimo de la promoción 1966 de la Escuela Naval, cuando el atentado, con 31 años, acumulaba cursos que lo habían puesto en carrera firme hacia la jefatura de la Armada. Cursos de Ranger y de Seal (los comandos especiales de la Armada que debutaron en Vietnam y hace cuatro años encabezaron el desembarco en Irak), que hicieron de Cufré un militar mimado del Pentágono, donde se capacitó además como buzo táctico. "Me estaban preparando para eso (ser jefe de la Armada)", admite.
"Vine de Estados Unidos con un librito de constitucionalismo metido dentro de mi cuerpo. Ni se sueña con un golpe de Estado en las Fuerzas Armadas norteamericanas", dice. Creador y primer comandante, en 1973, del Grupo de Antiminado Subacuo (Gams), Cufré fue el jefe de la Agrupación de Buzos Tácticos (ABT), uno de los dos grupos de elite, junto con la de Comandos Anfibios (ACA), en el desembarco en Malvinas. Y, como tal, el argentino que puso el primer pie –"el izquierdo"– en las islas, sobre la medianoche del 1° de abril de hace 25 años.
– ¿Cuándo y cómo se entera de que tiene que ir a Malvinas?
–De la palabra Malvinas me entero como se enteró toda la cúpula el 18 de marzo. Pero ya en diciembre de 1981 estaba preparando a mi unidad, unas 150 personas, para "hacer algo importante". La orden fue del comandante Otero, que recibía directas órdenes del comandante de Operaciones Navales, el almirante Lombardo. Ya en 1980, el gobierno argentino toma conciencia de que era un momento muy propicio para tomar las Malvinas. Margaret Thatcher había comenzado a reducir la presencia militar como parte de su política de reducir gastos. No desdigo a los analistas e historiadores de que el gobierno argentino de 1982 lo utiliza pero, como todas las cosas, también esto es complejo. Desde el Liceo tengo una palabra que me ha signado toda mi vida: no a la indiferencia. Hay que luchar contra la indiferencia. Fuimos los argentinos, con nuestra indiferencia, los que perdimos esas islas y habríamos perdido hasta el Beagle si no fuera porque vino el cardenal Samoré e inventó el mar de la paz.
–Volvamos al 18 de marzo de 1982. ¿Qué pasó?
–El comandante de la fuerza de submarinos me llama una noche tarde a mi casa en Mar del Plata y me dice que tenemos que ir a Puerto Belgrano por una misión urgente. Allí, el comandante de la Flota de Mar nos dice que somos los dos primeros que saben que estamos haciendo algo y escuchamos por primera vez el nombre Malvinas. Cinco minutos después nos reunimos con los comandantes de todas las unidades de la flota de mar. Regreso de inmediato a Mar del Plata. Me esperaba el submarino "Santa Fe", al que ya estaba subiendo la ABT porque estábamos en alerta máxima.
– ¿Cuál era el plan?
–El desembarco iba a producirse el 1° de abril. Mis órdenes eran: marcar la playa de desembarco para la Infantería de Marina y tomar el aeropuerto y el faro. La "Playa Roja" a marcar estaba a espaldas de Puerto Argentino, del lado interior. La orden que me habían dado y que venía de la junta militar era: nada de bajas. Todo el mundo lo ve como un gesto heroico cuando fue un gesto diplomático. La sorpresa era el factor clave. El plan era desembarcar a primera hora del 1º. A las 11 de la noche del 31, estando a snorkel, observamos que todo era normal: una pequeña ciudad en funcionamiento. Pero el operativo se tuvo que postergar porque el buque de superficie con la fuerza de desembarco no llegaba por el mal tiempo. Pasamos todo para el día siguiente. Cuando el 1° de abril a las 9 de la noche sacamos el periscopio, no había nada, ni un auto que se moviera, ni una luz. La sorpresa se había acabado, pero había que desembarcar sí o sí, era la orden. Yo tenía que bajar. Y decidimos hacerlo por el otro lado de la isla, con botes de goma y con el submarino en superficie. Éramos 14.
Entramos por atrás, contra lo que esperaban los ingleses. Los que habían ido al cuartel para rodear a los marines terminaron jugando al billar en el casino militar. Los marines no eran 45 sino 89, porque se habían quedado los que tenían que hacer el relevo en Georgias. Esto prueba que con mucha anticipación estaban en conocimiento del plan. Sabían con certeza que iba a ser el 2 de abril, a tal punto que dejaron que el 1° todo fuera normal.
– ¿Cómo continuó ese día?
–Como premio, me ordenaron llevar a los ingleses al continente. El 2 de abril, los 89 marines terminaron en Montevideo sanos, salvos y respetados, en un Hércules de la Fuerza Aérea. La única prohibición que les impuse fue no hablar entre ellos en el viaje. Uno de los comandantes se sintió satisfecho por el trato que le dábamos, me dio su boina y yo le di la mía.
Cufré dice haber disparado, pero no entró en combate. A diferencia del capitán de infantería de marina Pedro Giachino, jefe del grupo que tenía la misión de tomar la casa del gobernador y que murió en el intento. "Ese día, lo tuve en brazos", evoca.
– ¿Qué recuerdos tiene de la toma de la casa del gobernador?
–Conozco lo que me dijo el segundo de Giachino y su intérprete, (Diego Fernando) García Quiroga. Eran seis los que entran después de llegar al jardín y romper el vidrio de la puerta de la casa. Desde el interior los recibieron los marines con fuego de ametralladoras, y cuando Giachino decide salir lo alcanzan en la arteria femoral, se le produce una hipotermia y un paro cardíaco. García Quiroga salió, y así como salió, cayó. Alcanzan a llamar al cabo primero Urbina, que estaba fuera del cerco del jardín, y éste va con morfina en cada mano, y al salir cae por las balas. Pero alcanzó a ponerse la morfina sobre los muslos y salvó su vida.
– ¿Y los otros tres?
–Suben a la planta superior de la casa, que era de madera. Entonces un montón de marines con ametralladoras se introducen a la planta baja y desde allí les tiran. Dos de los nuestros se habían subido a una bañadera y, además, había un sofá y un tanque de 200 litros. El tercero saltaba del sofá al tanque, mientras los otros dos seguían en la bañadera. Los marines tiraban ráfagas y ráfagas, y cuando suponían que estaban muertos los de arriba, paraban. Entonces los de arriba se ponían en la boca de la escalera y tiraban ráfagas a su vez y volvían a subir. Así pasaron casi tres horas. Yo estaba en el aeropuerto cuando vienen los tres y me dicen que no habían podido cumplir con la misión de tomar la casa del gobernador. Cuando uno de ellos se acerca y se saca la boina, con ella se le cae parte del pelo. Yo le pasaba la mano por la cabeza y le sacaba el pelo y se lo mostraba. Ahí comprobé lo que puede provocar una situación extrema de estrés.
–A 25 años, ¿cómo evalúa la ocupación y la guerra en función de la recuperación de una soberanía que tiene ya más de dos siglos?
–A ciertas cosas tienen que manejarlas profesionales. ¿Cómo hace un país para recuperar las Malvinas cuando se sabía que pronto se llegaría a un Tratado Antártico con el que nada se iba a poder tocar? Ahora, el Ministerio de Defensa dice que las nuevas hipótesis de guerra son por el agua. ¿Dónde, si no en la Antártida, hay mayor cantidad de agua en el mundo? Eso es lo que estaba en juego para los ingleses. Por eso pienso que cualquier esfuerzo que se hace para mantener viva la idea de algo, te permite la recuperación. La clave está en no ser indiferentes. De lo contrario, Malvinas caerá en el efecto Cartago.
Por Horacio Serafini
Corresponsalía Buenos Aires
01/04/07
LA VOZ.com.ar
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