Este hombre pescó el pez que te vas a comer

Una empresa muestra el rostro del pescador de cada ejemplar y ofrece la posibilidad de hablar con él. Es posible que usted se haya comido un pez capturado por Børge Iversen. “He pescado millones de bacalaos”, calcula este noruego barbudo mientras aúpa distraídamente a su barco un ejemplar de unos 20 kilogramos todavía vivo, enganchado a un palo con un clavo. No exagera. Lleva pescando desde los 15 años y tiene 58. Cada día a las cuatro de la mañana, excepto los domingos, sale a faenar desde el puerto de Ballstad, un minúsculo pueblo de pescadores de 800 habitantes perdido en el círculo polar ártico noruego. Iversen va completamente solo.


Una empresa muestra el rostro del pescador de cada ejemplar y ofrece la posibilidad de hablar con él. Es posible que usted se haya comido un pez capturado por Børge Iversen. “He pescado millones de bacalaos”, calcula este noruego barbudo mientras aúpa distraídamente a su barco un ejemplar de unos 20 kilogramos todavía vivo, enganchado a un palo con un clavo. No exagera. Lleva pescando desde los 15 años y tiene 58. Cada día a las cuatro de la mañana, excepto los domingos, sale a faenar desde el puerto de Ballstad, un minúsculo pueblo de pescadores de 800 habitantes perdido en el círculo polar ártico noruego. Iversen va completamente solo.

Gobierna su barco de 15 metros de eslora fumando tabaco de liar y echa al mar el palangre, un cordel del que cuelgan cientos de anzuelos. Los bacalaos pican sin parar y los va subiendo a cubierta uno por uno. Este año tiene una cuota de 100.000 kilogramos para él solo. “Hoy hace bueno”, resume en medio de lo que para cualquier profano sería una ventisca de nieve en el invierno ártico.

Iversen es un ejemplo de pesca sostenible. Y no es tan habitual. La humanidad está saqueando los océanos. El 30% de las capturas mundiales se hacen a escondidas, sin comunicarse a las autoridades, lo que ha provocado que las poblaciones de peces “explotadas a un nivel biológicamente insostenible” —como las de merluza, lenguado y salmonete de roca del Mediterráneo— rocen el 30%, según el último informe de Naciones Unidas. Pero hay otra manera de hacer las cosas.

Camiel Derichs recuerda cómo era la década de 1980 en la costa noruega. La pesca ilegal había esquilmado los bacalaos. No había peces en la mar. “Los pescadores iban al banco con la llave de su barco y decían: quedáoslo”. Derichs, un economista holandés, es el director para Europa del Marine Stewardship Council (MSC), una organización sin ánimo de lucro que lucha contra la sobreexplotación marina ofreciendo una etiqueta que supuestamente garantiza la sostenibilidad medioambiental de un pescado. “Después de la crisis del bacalao, en Noruega hubo una revolución en la gestión. Ahora podemos rastrear el origen de un pescado”, explica Derichs durante un viaje organizado y pagado por MSC para varios medios de comunicación internacionales, entre ellos EL PAÍS.

El caso más extremo de trazabilidad —poder rastrear el origen de un producto— es el de la marca Arctic Supreme de la empresa Norway Seafoods. En la etiqueta figura el nombre del pescador, su rostro sonriente, su barco y el lugar de captura del pez. Además, hay un código QR que el consumidor puede escanear con su teléfono móvil: en su pantalla aparecerán curiosidades sobre la vida del pescador. El joven Kurth-Anders Slettvoll, por ejemplo, acaba de tener un hijo con su novia en marzo. Y Ragnar Pettersen, el más veterano, se compró una navaja suiza y tres botellas de refresco con su primer sueldo, cuando tenía siete años. En España, el Grupo Balfegó hace algo parecido con sus atunes rojos. Posiblemente este sea el futuro de la pesca en los países ricos.

“En 2013, empresas como Burger King reconocieron que habían estado utilizando carne de caballo en sus hamburguesas de manera fraudulenta, diciendo que era ternera. La trazabilidad se coló en el centro de los intereses de los consumidores”, explica Derichs. En los océanos también ocurre. El año pasado, investigadores del centro tecnológico español AZTI revisaron medio centenar de estudios internacionales y llegaron a la conclusión de que el 30% del pescado está mal etiquetado. En España, por ejemplo, el 60% de los gallos de las pescaderías no están bien clasificados. Lo que se vende como gallo europeo o del norte suele ser gallo manchado, otra especie más pequeña caracterizada por cuatro lunares negros en las aletas cercanas a la cola.

Filetes rebozados de bacalao y panga, a 25 y 4 euros el kilo respectivamente. MSC

Derichs muestra dos fotografías de pescado rebozado. Parecen iguales, pero uno es bacalao y el otro es panga, un pez gato de Vietnam. El primero cuesta 25 euros por kilogramo. El segundo, cuatro euros. Los productores no se equivocan al marcarlos. “La principal motivación para etiquetar mal un pescado es el beneficio económico”, denuncia Derichs, que defiende que ese escándalo no se ha detectado en sus productos. En 2015, una unidad científica del Gobierno escocés examinó 257 pescados etiquetados como MSC cogidos al azar en 16 países. Los análisis de ADN mostraron que el 99% estaban bien clasificados.

Sin embargo, la organización ecologista Greenpeace es crítica con MSC y denuncia que su sello se encuentra en pesquerías “cuya sostenibilidad es más que cuestionable”, como la merluza de cola azul en Nueva Zelanda, pescada con redes de arrastre de fondo. Además, la ONG lamenta que no sea la Administración pública la que ofrezca de manera gratuita un sello de calidad medioambiental a las pesquerías. “Para obtener la certificación MSC hay que pagar, y no precisamente cantidades pequeñas. Por lo tanto, la industria pesquera tiene más posibilidades económicas para obtener la certificación que la pesca artesanal, que una vez más está en desventaja”, sostiene Greenpeace en su web.

La organización ecologista WWF, no obstante, sí “insta y alienta a los distribuidores y compradores a demandar productos certificados por MSC y ofrecerlos en sus tiendas”. En febrero, WWF y MSC presentaron una iniciativa para analizar 100 pesquerías del Mediterráneo y proponer planes de acción para garantizar la conservación del medio ambiente. Gracias en parte a la presión de WWF, supermercados como Alcampo, Aldi, El Corte Inglés, Lidl, Eroski y Makro ofrecen productos certificados como MSC, aunque solo el 25% de los consumidores españoles sabe qué significa la etiqueta, según los datos de Derichs.

En España, la etiqueta no se acaba de implantar. De los 20.000 productos certificados como MSC en un centenar de países, en España solo se pueden encontrar unos 300. En Alemania, más de 4.000. El secretario general de la Confederación Española de Pesca (Cepesca), Javier Garat, atribuye esta ausencia a las peculiaridades de España. “Tenemos una cultura gastronómica del pescado. En el resto de Europa domina la gran distribución, pero aquí el 50% de la distribución se hace a través de pescaderías. El consumidor se fía de su pescadero”, opina.

En España solo hay seis pesquerías certificadas con el sello MSC: el bacalao del mar de Barents de la asociación AGARBA, la merluza de palangre del Atlántico Norte del Grupo Regal, la anchoa del Cantábrico de las cofradías vascas y Laredo, la navaja de la ría de Pontevedra de la Cofradía de Bueu, el pulpo de Asturias Occidental de las cofradías artesanales y el berberecho y las almejas de la ría de Pontevedra de la Sociedad Cooperativa Ría de Arosa.

“El que tiene el sello MSC opina que es el mejor, y es cierto que es una entidad con reputación. Pero hay pescadores que consideran que no sirve para nada y no es más que un impuesto revolucionario. Piensan que con todas las normas europeas y españolas que tenemos que cumplir, y que cumplimos, ya es suficiente”, expone Garat. (Por Manuel Ansede; El País – España)

19/04/16

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