El caudal del río es el más escaso en 70 años e impacta en la vida cotidiana de quienes viven en su área de influencia. Una cancha de remo seca, un barrio de pescadores que quedó en el polvo, bombas de extracción que debieron extenderse para captar agua dulce, nuevas islas y bancos de arenas que redibujan el paisaje fluvial.
Estas son algunas de las postales que muestran los efectos concretos que la bajante histórica del Paraná deja en las provincias del Litoral, afectadas como pocas veces en la historia por la falta de agua del río. Un fenómeno que no sólo sorprende por esto (el caudal del Paraná ronda el 60% de los promedios históricos) sino también por lo prolongado, con dos años ya de duración y todavía con varios meses por delante.
La bajante, que está entre las tres más severas del último siglo y medio, todavía no llegó a su pico máximo. Así se desprende de los escenarios oficiales que cada semana actualiza el Instituto Nacional del Agua (INA), según los cuáles los niveles más bajos se verán en primavera, hacia finales de octubre o primeros días de noviembre. De acuerdo a los últimos pronósticos, y gracias al aporte de caudales superiores a los originalmente previstos, desde ese instituto esperan que el comportamiento a la baja del río no supere lo ocurrido en el año 1944, la bajante más severa desde que se toman registros, allá por 1884.
Desde hace décadas, los remeros de competición de Rosario se entrenan en una laguna natural ubicada frente a la ciudad conocida como “El Embudo”. Allí forjó su leyenda el doble medallero olímpico del club de Regatas Alberto Demiddi en las décadas del 60 y 70 del siglo pasado, y allí también entrenó hasta hace poco tiempo Clara Rohner (Remeros Alberdi), que representó al país en Londres 2012.
Este oasis del remo ubicado a pocos minutos de la ciudad, donde no hay correntada, ni viento, ni tránsito de embarcaciones, se quedó casi sin agua durante los dos últimos años. Las dos bocas de ingreso a la laguna quedaron tapialadas por la acumulación de tierra y de vegetación, lo que impide el ingreso de agua desde el cauce principal del Paraná.
Esto alteró completamente las rutinas de entrenamiento de los cinco clubes que, a diario, la usaban para entrenar. “Hace 16 años que estoy en contacto con el río todos los días y lo de estos dos últimos años fue terrible. Nunca vimos eso, nunca con esta intensidad” contó Guido Tradotti, entrenador del club Remeros.
“Todos los clubes de remo de la ciudad usábamos El Embudo para entrenar y solíamos ver decenas de botes allí, pero la bajante le cambió la fisionomía a la laguna, se taparon los ingresos y hoy casi no tiene agua. Es algo nunca visto”, insistió el deportista.
El paisaje fluvial del Delta es, por definición, dinámico e imprevisible. Esa característica natural del río y las islas, que se moldean según los pulsos del río, se potenció con esta bajante extraordinaria. La persistente falta de agua aceleró procesos de erosión, redibujó las costas y generó el nacimiento de islotes de arena y barro en muchos tramos del Paraná como el gigantesco banco de arena de varios kilómetros de extensión que emergió frente al Puerto General San Martín, donde se ubican algunas de las terminales agroexportadoras más importantes del mundo.
Guillermo Wade es el presidente de la Cámara de Actividades Portuarias y Marítimas y un gran conocedor de cada recoveco del tramo más transitado del Paraná. “Ese banco de arena existe hace muchos años, pero con esta bajante pasó a convertirse casi en una isla y quedó muy a la vista. Sabíamos que había un bajo fondo, ahora tenemos un playón de arena muy importante con varios kilómetros de largo” detalló.
La pérdida de profundidad del Paraná es un problema gravísimo para la navegación comercial, ya que los buques de gran porte no pueden completar sus cargas y demoran más sus maniobras. “En relación con los años normales los barcos se pierden de cargar entre 10.000 y 12.000 toneladas, y lo peor es que esto va a seguir y se va a poner incluso peor en los próximos meses”, detalló. Y agregó que a eso hay que sumarle que, por una disposición gubernamental, se dejó de dragar momentáneamente el río.
“Hubo una denuncia por sobredragado y pararon todo. Es una incongruencia, en 26 años no pasó nada porque esto no es el Riachuelo. Solo se dragan los pasos críticos, que representan menos del 10% de la longitud total. No se draga ni el 1% del río”, argumentó.
Según estimaciones de la Bolsa de Comercio de Rosario, el bajo caudal del Paraná generó entre marzo y agosto de este año pérdidas estimadas en 315 millones de dólares.
Atados al agua por definición e identidad, son muchos los barrios de pescadores litoraleños que ven su vida cotidiana afectada como nunca antes por la retirada del gran río marrón, que dejó barro y polvo allí donde antes había vida y trabajo. En la comunidad de 30 familias que habita la isla de El Espinillo, ubicada frente a Rosario, la bajante modificó los hábitos y convirtió al riacho que iba rumbo a la laguna El Saco en una calle polvorienta. Allí donde antes se veían canoas y redes, ahora se mezclan botellas de plástico, bolsitas de basura y algunas embarcaciones que no llegaron a sacarse antes de que se secara todo.
Raúl Alberto Carrizo tiene 45 años y vivió toda su vida allí, en un rancho pequeño ubicado a pocos metros del riacho que ahora es un sendero sin una sola gota de agua. “Yo nunca vi al río así, me llama la atención porque está muy bajo desde hace mucho tiempo. No se puede trabajar así porque no sacás pescado, no sacás nada. Hay muy poco para hacer, me tengo que quedar acá nomás”, cuenta entre resignado y entristecido.
Si bien su ilusión es que todo “se termine rápido”, sabe que cambiar las cosas, en este caso, está fuera de sus posibilidades. “Nadie tiene la culpa de esto. Hay que ver lo que el río hace porque el río es así: primero baja, después crece, por ahí hay agua y por ahí no, ya estamos acostumbrados. Pero esto de ahora no lo vi nunca, se ven todas las piedras del fondo”, describió.
Para los habitantes de la región litoraleña, el agua suele ser un problema por exceso, y no por falta. Acostumbrados a las grandes crecientes y a las inundaciones que todo lo arrasan, la falta del recurso hídrico asoma como un desafío inédito para las personas y, sobre todo, para aquellos a cargo de garantizar su provisión y suministro a las grandes ciudades que se recuestan sobre la costa del Paraná.
Hugo Morzán es el presidente de Aguas Santafesinas, la empresa que provee agua potable a las ciudades más importantes de la provincia como la propia ciudad de Santa Fe, Reconquista y Rosario. “Entre la pandemia primero y la bajante después, el escenario no puede ser peor. Nunca atravesamos una situación así, acá siempre pensamos que el recurso es infinito y nos encontramos con esto”, dijo.
La prolongadísima bajante abrió nuevos desafíos y obligó a mejorar los sistemas de captación de agua con pontones, bombas y equipos nuevos, lo que a su vez generó millonarios gastos que serán paliados, al menos en parte, por la ayuda que significó la emergencia hídrica decretada desde el Gobierno nacional.
A la compra de equipamiento hay que agregarle más gastos de insumos como cloro y sulfato de aluminio y un mayor consumo de energía. “Los tres metros menos de agua que nos faltan de río hay que levantarlos hasta el ducto y las piletas con energía”, dijo el funcionario.
Detalló, además, que en ese contexto pidieron 420 millones de pesos a Nación “de apoyo sólo para garantizar la provisión de agua”, que se verá más comprometida a medida que se profundice la bajante —se espera el pico para octubre o noviembre— y suban las temperaturas. (Jorgelina Hiba – LA NACION) #NUESTROMAR
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