Anarquía y crimen en alta mar

La desvencijada balsa hecha de tambores vacíos de petróleo y una mesa de madera era empujada por el movimiento de las olas mientras se encontraba amarrada a un lado del “Dona Liberta”, un barco de carga de casi 113 metros de largo, que navegaba lejos de tierra en el Océano Atlántico, por el oeste de África.


La desvencijada balsa hecha de tambores vacíos de petróleo y una mesa de madera era empujada por el movimiento de las olas mientras se encontraba amarrada a un lado del “Dona Liberta”, un barco de carga de casi 113 metros de largo, que navegaba lejos de tierra en el Océano Atlántico, por el oeste de África.

“¡Abajo!”, gritó un miembro de la tripulación esgrimiendo un cuchillo y forzando a dos polizones de Tanzania a que saltaran por la borda hacia la balsa. Mientras unas furiosas nubes se juntaban en el horizonte, cortó las amarras.

Apostándole a una mejor vida, a los polizones se les acabó la suerte. Habían pasado nueve días en el mar, la mayor parte del tiempo ocultos en el cuarto de máquinas del Doña Liberta, agazapados y cubiertos por un agua aceitosa. Sin embargo, cuando cayeron en la resbaladiza balsa, los hombres, que no sabían nadar, casi se deslizaron hacia el océano antes de amarrarse ellos mismos a la balsa con una cuerda.

Cuando el Dona Liberta desapareció lentamente, David George Mndolwa, uno de los hombres abandonados, recordó haber pensado: “Éste es el fin”.

Pocos lugares en el planeta son tan anárquicos como la alta mar, donde rutinariamente se cometen crímenes horripilantes con toda impunidad. Aunque la economía global depende cada vez más de una flotilla de más de cuatro millones de embarcaciones de pesca y carga pequeña y 100 mil barcos grandes mercantes que transportan aproximadamente el 90 por ciento de los productos mundiales, las leyes marítimas actuales no son más severas que hace siglos cuando los grandes imperios de la historia exploraron por primera vez los océanos.

Regularmente, los homicidios ocurren lejos de la costa –miles de marineros, pescadores o migrantes mueren anualmente bajo circunstancias sospechosas, según oficiales marítimos–, aunque los responsables raras veces son llamados a cuentas. Nadie es requerido para reportar crímenes violentos cometidos en aguas internacionales.

A través de la deuda y la coerción, decenas de miles de trabajadores, miles de ellos niños, son esclavizados en los barcos cada año, y en muy pocos casos se realizan intervenciones. En promedio, se hunde un barco grande cada cuatro días y entre 2 mil y 6 mil marineros mueren anualmente, por lo general debido a accidentes que pudieron evitarse, relacionados con prácticas laxas de seguridad.

Intencionalmente, los barcos han tirado más aceite para motor y lodo en los océanos en un lapso de tres años que los que se han derramado en los accidentes ocurridos en Deepwater Horizon y Exxon Valdez, aseguran los investigadores del océano, y emiten enormes cantidades de ciertos contaminantes del aire, mucho más que todos los autos del mundo. La pesca comercial, en su mayoría ilegal, ha saqueado en tal medida las reservas marítimas que la población de peces depredadores ha disminuido en dos terceras partes en todo el mundo.

El Dona Liberta está entre los más persistentes malhechores, ofreciendo un caso de estudio sobre lo que significa una mala conducta en el mar, de acuerdo a un examen de embarcaciones, récords de aseguradoras y portuarios, y docenas de entrevistas con autoridades, expertos marítimos y ex socios empresariales. La embarcación no sólo se deshace de los polizones –Jocktan Francis Kobelo, el segundo hombre al que forzaron a saltar a la balsa, murió a consecuencia de la difícil experiencia que tuvo en 2011–, sino que también ha sido acusada de una larga lista de infracciones en la última década.

Mientras que este enmohecido barco refrigerador ha navegado por dos océanos, cinco mares y 20 puertos, rutinariamente ha abusado, engañado y abandonado a su tripulación, ha expulsado un combustible resbaladizo a lo largo de casi 160 kilómetros, y ha recibido citatorios de media docena de países por otras violaciones ambientales. Los acreedores han perseguido a su propietario por los millones de dólares que debe y no ha pagado, y los grupos de vigilancia marítima enlistaron a su empresa matriz como sospechosa de pesca ilegal. Sin embargo, el barco opera libremente y nunca le falta trabajo ni empleados.

“En el mundo marítimo, es mucho más fácil para los países hacerse de la vista gorda con respecto a los problemas con los barcos como Dona Liberta que hacer algo contra ellos”, comentó Mark Young, un comandante retirado de la Guardia Costera de Estados Unidos y ex jefe de las autoridades del Océano Pacífico.

Los navíos que desaparecen en el horizonte tienden a desvanecerse no sólo de la vista sino también de la vigilancia, según reveló una investigación de The New York Times. Distintos países han firmado docenas de pactos marítimos, la industria del envío ha escrito páginas y páginas de pautas y la agencia marítima de Naciones Unidas ha redactado cientos de reglas, todo con la intención de regular los buques, el personal y la seguridad. Pero tales leyes a menudo también son débiles, contradictorias y fácilmente burladas por los delincuentes.

Peor aún, agencias nacionales e internacionales normalmente no tienen ni la disposición ni los recursos para aplicarlas. (Por Ian Urbina; The New York Times International)

29/07/15

 

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